martes, 18 de marzo de 2014

Por dentro y por fuera de la pintura de Cézanne


El artista rudo -“el pequeño y sublime antipático” como le describió el escritor D. H. Lawrence- fue difícil de trato y detestado por los críticos, aunque alabado por los impresionistas y por sus compañeros de generación. Estaría satisfecho con la exhibición de muchas de sus Sainte-Victoire, los paisajes y naturalezas muertas reunidos por Guillermo Solana, director artístico del MuseoThyssen-Bornemisza, en la exposición que se inauguró el pasado 4 de febrero. De nombre Site / non-site, representa un diálogo entre lo exterior y el interior de la pintura de Cézanne. Este es un título reflexivo, tomado del artista y teórico Robert Smithson que alude a la dialéctica entre la pintura al aire libre y el trabajo en estudio. La muestra, que podrá verse hasta el 18 de mayo, es el broche a la trilogía iniciada con Impresionismo al aire libre, continuada por Pissarro y rematada por Cézanne.
Han pasado 30 años desde que se estrenase la última exposición de Cézanne en España en el Museo de Arte Contemporáneo.

Los colores de la provenza son los que inundan la muestra. Con la caja de colores al hombro, el caballete bajo el brazo y el sombrero bien encasquetado, el pintor andarín coronó más de ochenta veces la montaña de sus sueños, la Sainte-Victoire. Esta mole calcárea cercana a Aix- en-Provence, donde nació, le sirvió de inspiración y de paseo intelectual junto a su amigo de la infancia, el escritor Émile Zola. Algunas veces representada desde los alrededores de Bellevue; otras, desde la carretera de El Tholonet, cerca del Château Noir; y las últimas, desde una colina cercana a su estudio en los Lauves.

Los veinte matices de verde

La mitad de la producción de Cézanne son paisajes y el reflejo de una naturaleza que sintió profundamente suya. Parajes, bosques, la “curva del camino”, siempre alejados de las carreteras modernas y que le daban a sus creaciones unos tonos simples y muy naturales. Son paisajes que no conducen a ninguna parte, falsamente engañosos que brindan al espectador la posibilidad de adentrarse en territorio desconocido, pero donde el ojo siempre se topa con un freno visual, sean árboles o rocas. Los troncos de sus árboles son casi humanos y el verde de las hojas imita a la perfección los de verdad. Cézanne era un pintor de la vieja escuela, más tradicional de lo que luego se ha intentado demostrar y tenía una paleta con toda una gama de colores de más de veinte matices verdosos. La prueba salta a la vista al ver colgados en la exposición del Thyssen los bañistas de Cézanne y su diferencia con los de Émile Bernard.



La del Thyssen es una exposición absolutamente didáctica. Articulada en torno a cinco secciones, se abre con Retrato de un campesino (1905-1906), de la propia colección Thyssen-Bornemisza. Luego se puede disfrutar de los paisajes  agrupados en La curva del camino. La tercera parte la protagoniza El fantasma de la Sainte-Victoire. En la última parte, dedicada al Juego de construcciones, se percibe claramente la esencia del credo de Cézanne en las terrazas escalonadas. Además, al ser el precursor de muchos cubismos como los de Braque o Derain, se pueden ver colgadas obras de dichos artistas para contextualizar esta lección de arte.

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